Manifestación del 11 de julio en La Habana. Foto: cortesía del autor.
La “justicia” cubana condenó a 127 manifestantes del ya célebre 11-J, a penas de entre 4 y 30 años de prisión.
En pleno 2022 esto no puede ser tolerado, pasado por el tamiz de la normalidad por las sociedades abocadas a profundizar cada vez más sus mecanismos democráticos, sin embargo a merced de mantener un sitio en el mundo donde permanezcan intactas las utopías de los años revueltos, donde fijar con pisapapeles la eterna la juventud, mirar hacia otro lado con este atropello a los derechos humanos intolerable bajo todo punto de vista.
Lo peor es que quienes defienden ese régimen, a menudo protestan porque en sus países, solo pueden votar cada dos años, y quisieran tener participación constante en las decisiones del poder, impugnan la mínima injerencia de las autoridades en el derecho de cada ciudadano a protestar donde y cuando sea necesario, oportuno, o deseado.
Nostálgicos que hace ya hace años abandonaron sus impulsos igualitarios y hoy disfrutan de la sociedad de consumo, de opinión, de libre publicación y asociación política e ideológica, sin embargo apoyan que un gobierno de partido único y monolítico, condene a prisión por décadas, a ciudadanos tengan o no razón, descontentos con las políticas aplicadas, que en pleno uso de sus elementales derechos humanos, salen a la calle a protestar por única vez en sesenta años, por el motivo que sea y reivindicando o aspirando a lo que les de su reverenda gana, represión y luego condenas justificadas en la exaltación de unos pocos inadaptados que causan daño a un automóvil y a determinado mobiliario urbano.
Más allá de la ideología, filosofía, sensibilidad política de cada cual, todo el mundo debería condenar este atropello criminal a las mínimas bases consensuadas entre las sociedades cívicas actuales. No es un bombardeo de un país europeo, que es lo único que interesa, pero es el encarcelamiento en prisiones paupérrimas de un régimen autoritario a más de cien personas por expresar su descontento en sus calles, en las calles que entre cráteres volcánicos van y vienen cada día famélicos pedaleando a y desde sus trabajos, pagados en una moneda que no puede comprar absolutamente nada de las góndolas que ofrecen productos a cambio de divisa del enemigo, las mismas calles que observan como las paredes de las construcciones que otrora las vestían y engalanaban, hoy lloran a cántaros su propia destrucción, la desatención y el descuidado siempre que no pertenezcan a un circuito turístico, o un barrio residencial de altos dirigentes.
No hablo de la protesta enérgica de los viejos enemigos de la revolución cubana, de las fuerzas de derecha y ultraderecha, hablo de la indignación que todo el mundo progresista, socialdemócrata, de conciencia humanitaria, incluso socialista debería manifestar ante esta barbaridad.
Ya ni siquiera se está exigiendo que permitan a todo cubano fundar partidos políticos con absoluta o relativa libertad, que sería lo único presentable, sino que al menos puedan salir a la calle a expresar, a gritar, a sacar la pus acumulada de tanta infección. Que puedan, siempre que no se incurra en delitos o actividades terroristas, contar con espacios donde emitir opinión, favorable, al margen o contraria al sistema, con absoluta libertad.
¡Basta de atropellos en Cuba contra quien no piensa como mandan los represores!
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