Otra de las denuncias recurrentes de la población se refiere a lo anómalo que se ha vuelto el acto de dar el último adiós a los seres queridos que fallecen.

La usuaria de Twitter @gisp28 reportaba el 19 de julio, el entierro de cadáveres en bolsas de nailon por la ausencia de cajas fúnebres. La denuncia iba acompañada con fotografías del lugar de los enterramientos.

En la medida en que esta información se replicaba de la mano de otros usuarios de las redes sociales que aseguraban haber vivido similar experiencia, el diario Granma se apresuraba a desmentirlo asegurando que todos los que fallecían eran enterrados en ataúdes. Sin embargo poco tiempo después se retractaba ante la presión que generaron los desmentidos de los lectores. También reconoció la existencia de casos en los que se trastocaron u omitieron identidades de cadáveres, aunque lo justificó aduciendo que se trataba de problemas meramente burocráticos.

Pero aquí no terminan las irregularidades.

Igual de traumática es la experiencia para quien elija incinerar al familiar muerto. Los incineradores solo están disponibles en las cabeceras de provincias y tienen capacidad limitada. La sobreexplotación, el hecho de que sólo existen 9 en todo el país, la escases no pocas veces de petróleo, el elemento de combustión que utilizan los hornos, hacen de la experiencia un verdadero vía crucis.

Otros de los elementos que enracen el proceso de cremación se encuentran en que se suele priorizar a difuntos de renombres o vínculos importantes con el establishment, relegando al final de la fila a Juan sin nada.