Aunque hace días que concluyó proceso de sufragio en los Estados Unidos las emociones emanadas del proceso político aún no se calman. Con un resultado inesperado en el que las encuestas previas a la votación daban una ventaja holgada al candidato demócrata Joe Biden sobre el presidente Trump, llegando a ser extremadamente ajustadas, y con demandas por presuntas irregularidades en el conteo de los votos, se ha desatado una lucha legal, política y propagandística sin cuartel entre los bandos, proyectando un final con diagnóstico reservado.
Sea cual fuera el resultado definitivo, desde ya, las miríadas de analistas del contexto norteamericano, expertos o no, están en función de intentar descifrar cuales causes seguirá la política de USA en el caso de proclamarse oficialmente ganador a uno u otro candidato.
Por lo pronto, en lo personal, me sigue preocupando el tema de la alternancia en las políticas (¡atención! digo políticas no políticos), fundamentalmente en la esfera internacional que siempre se da con la llegada de una nueva administración a la Casa Blanca.
Y es que a mi modo de ver uno de los problemas que afronta la política exterior de los EE. UU es el no poseer una estrategia que identifique problemas, defina objetivos y modos para alcanzarlos, pensada para ser ejecutada a largo plazo y en la que se involucren armónicamente las diferentes administraciones que ocupen la sala oval, dando continuidad a lo proyectado por el antecesor.
Lo que suele ocurrir es que cada administración, trae consigo una particular visión de los problemas y los modos de resolverlos, derivando muchas veces en francas contradicción, e incluso, en supresión de los esfuerzos emprendidos por el mandato anterior, provocando el estancamiento, el enquistamiento, e incluso el agravamiento del problema.
Contrario al modelo del Norte, países como China y Rusia parecen tener mayor coherencia en sus políticas externas. En sistemas políticos que permiten la continuidad del mandato gubernamental hasta el infinito, el círculo político que establece las estrategias no suele renovarse y por ende la continuidad en los esfuerzos para lograr determinadas metas se mantiene. En otras palabras, existe mayor sistematicidad.
Y fíjense que no me encuentro promoviendo o encumbrando a los sistemas totalitarios de ambas naciones, estoy planteando que la permanencia por años en el poder del caudillo permite proyectar su política y buscar la consecución de los objetivos que se ha planteado.
Pongamos algunos ejemplos. Con el probable ascenso de Biden la proyección de su administración hacia Cuba seguramente significará un cambio radical con el enfoque actual de sanciones y aislamiento. Personas de su entorno hablan de un cambio de política hacia la isla consistente en un retorno al deshielo entre La Habana y Washington, ensayado en su momento por Obama. Con anterioridad Trump había revertido lo hecho por él, a su vez Barack no había seguido las directrices de George W. Bush.
De tal modo que difícilmente podremos llegar a saber si alguna de las disposiciones establecidas por uno u otro presidente pudo haber dado resultado. Probablemente muchas de ellas pudieron haber dado al traste con la dictadura castrista de haber tenido continuidad en el tiempo. Por ello, en tiempos de crisis como los que ahora corren, ganar tiempo es la estrategia recurrente de la dictadura cubana.
Me atrevo a sugerir desde mi humilde condición de neófito político, eso sí, con probada vocación para observar y analizar lo observado, que la política externa de esa gran nación del norte continental debe buscar un equilibrio entre la alternancia política y la alternancia de los políticos, o en caso contrario, los enemigos de la libertad y de los valores de la democracia occidental seguirán avanzando.
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