Después de más de sesenta y dos años adulterando la verdad, parapetando escenarios, manipulando conciencias y creando una imagen falsa de la realidad, el régimen de la oligarquía militar de La Habana se enfrenta por vez primera al momento en el que la máscara ha caído y ha quedado al desnudo frente al pueblo y al mundo. Eso fue lo que ocurrió el pasado 11 de julio en toda Cuba, por primera vez el pueblo dijo lo que piensa, sobreponiéndose al miedo y a la represión brutal.
El estampido dejó sorprendidos a los militares que detentan el poder, aunque sabían claramente que el descontento popular es creciente, pensaron que podían halar un poco más la cuerda, y se equivocaron. Lo que hemos visto este pasado 15 de noviembre, no es otra cosa que la urgencia de los militares de taparse con la manida sábana de la represión y la amenaza, para aparentar que están en control.
Hay varias razones por las que ocurre el divorcio emocional del pueblo cubano con el régimen. La primera es generacional. Los nietos de los contemporáneos de los barbudos que bajaron de la Sierra, y que se comprometieron con la naciente revolución, no tienen ese mismo nexo. La élite en el poder no los representa, y de hecho se han dado cuenta que esa junta militar que controla todo en la Isla, es la causa que impide que sus vidas se realicen hacia derroteros de esperanza.
Se han dado cuenta que no es el embargo de Estados Unidos, sino el bloqueo del régimen lo que impide que los campesinos cosechen libremente las tierras y vendan sus productos al pueblo para que no haya hambre; que no viajan al exterior porque todavía el régimen decide quién sale y quién entra a Cuba; que no pueden decir lo que piensan porque es el régimen militar el que reprime la libertad de expresión; y que tampoco pueden tener sus negocios propios a menos que se conviertan en pregoneros del régimen y acepten las miles de regulaciones impuestas a los que pretenden ser cuentapropistas, porque en Cuba no existe la propiedad privada.
La segunda razón de este divorcio es la incapacidad del régimen de responder directamente a las demandas del pueblo, no solamente porque no tienen recursos para resolver los problemas acuciantes de la población cubana, sino porque no comprenden estos problemas. La oligarquía militar cubana vive completamente apartada de la realidad del pueblo. El único contacto es para reprimir. Los representantes de la Asamblea del Poder Popular son fichas controladas por el poder central y si intentan en realidad resolver los problemas, los incriminan y los eliminan, como ocurrió con el caso de Sirley Avila León (https://www.youtube.com/watch?v=mHw0btLL8is), a quien mandaron a asesinar por exigir desde su puesto como representante a la Asamblea la apertura de una escuela para comunidades rurales. En la canción “Patria y Vida” es clara la alusión a este divorcio: “Todo ha cambiado, ya no es lo mismo, entre tú y yo hay un abismo. Publicidad de un paraíso en Varadero, mientras las madres lloran por sus hijos que se fueron”.
Esta dicotomía se ha hecho más evidente en los últimos años cuando gracias a las redes sociales y al limitado acceso a internet, los cubanos han podido saber cómo viven los oligarcas cubanos y sus familias. Esta información ha profundizado el abismo entre las dos Cubas, dando una fuerte estocada a la propaganda del régimen y a su alucinante discurso. En este mismo sentido, la desaparición física del dictador Fidel Castro y el retiro oficial de su hermano el General Raúl, pone a los que detentan el poder en una difícil situación de supervivencia.
Aunque Raúl Castro permanece detrás de los hilos del poder, su edad y dolencias le impiden tener la presencia de antes. Ahora, los que sostienen la dictadura en sus capacidades ejecutiva, militar y política tienen que mantener el aparato represivo así como la entrada de recursos para poder seguir en el poder. Los intereses económicos de esta élite son inmensos y los negocios ilegales del régimen, que incluyen el narcotráfico, el tráfico de personas y otros delitos internacionales, los convierte en feroces defensores de su reducto de poder. Para estos jerarcas, el pueblo es un incómodo espectador, y por lo tanto, hay que mantenerlo a raya.
La tercera razón es la crisis de la infraestructura en el país. Esta crisis incluye el transporte, las viviendas, la infraestructura económica incluyendo las industria azucarera, tabacalera y de servicios a la población. El régimen se ha centrado en desarrollar solo la industria turística para extranjeros, que ha colapsado gracias a la pandemia. La infraestructura turística, entre otras, le permite al régimen el desarrollo de una de sus principales fuentes de recursos: el lavado de dinero institucionalizado.
Tras sesenta y dos años de adoctrinamiento y terror, el pueblo cubano ha sido desinformado y manipulado. Una alucinación más que una revolución es lo que se ha vivido en Cuba. Y este fenómeno va desde el desmontaje de todas las instituciones libres del país, el control de la economía para centralizarla en manos del Estado, el control de la educación y de los medios de comunicación hasta el uso del condicionamiento psicológico, la represión indirecta y sistemática y el cambio del lenguaje para perpetuar el dominio totalitario. Los que ostentan el poder hoy en Cuba son casi desconocidos para la población cubana, se esconden tras la imagen de un personaje pusilánime como Miguel Díaz Canel, quien al final responde a los designios de ese oscuro poder central.
Por último, la variable relegada de la ecuación de cambio en Cuba siempre ha sido el pueblo. En los análisis académicos y predicciones de cubanólogos, jamás el pueblo ha sido un factor a tomar en cuenta. Lo han sido los supuestos reformistas en las filas del poder militar, lo han sido las medidas tomadas desde el Parlamento europeo o el Congreso norteamericano. Contra todos los pronósticos el pueblo cubano despertó el 11 de julio de 2021.
Fue la culminación de un proceso gradual y complejo, en el cual poco a poco y gracias al esfuerzo de muchos, los ojos y las mentes fueron abriéndose a la realidad, y rompiendo con la alucinación. La rebelión ocurrida ese día y los siguientes ha tenido profundas repercusiones psicológicas sobre todo en los jóvenes cubanos. En primer lugar, rompe de una vez y por todas el estereotipo de que los que se oponen a ese régimen son un grupo reducido de personas. Miles gritaron libertad y cambio en las calles de toda Cuba.
Se dieron cuenta que no estaban solos y que ese clamor era compartido por miles, o por millones. En segundo lugar, la experiencia de estar en la calle y decir lo que piensan ha marcado a esos cubanos y cubanas. El régimen encarceló a miles, pero no a todos los que protestaron. La idea de volver a la calle y conquistar de una vez la libertad que necesitan, es una idea irreductible.
El fin de la alucinación ha comenzado. La dictadura totalitaria de La Habana ya no tiene los mismos recursos ni militares ni económicos de hace treinta años cuando sofocó las protestas populares al inicio del llamado período especial. Tampoco el dictador Fidel Castro está allí para apelar a su discurso populista y sus fieles alucinados. La máscara ha caído y el único camino que tiene el régimen para mantenerse en el poder es reprimir.
Podrán crear nuevos escenarios, forzar el exilio de los que despuntan con liderazgo, llevarlos a prisión, incomunicarlos, matarlos. No importa la manera en la que los militares logren comprar tiempo a corto plazo. El pueblo de Cuba tiene la última palabra.
Por Janisset Rivero, foto cortesía del autor.
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