La palabra «censura» proviene de la palabra latina censor, el trabajo de dos romanos cuyo deber consistía en supervisar el comportamiento del público y la moral, por lo tanto, censuraban la forma de actuar.

 

Según el Diccionario de la Real Academia de la lengua Española, la censura es la ‘intervención que practica el censor en el contenido o en la forma de una obra, atendiendo a razones ideológicas, morales o políticas’. En un sentido amplio se considera como supresión de material de comunicación que puede ser considerado ofensivo, dañino, inconveniente o innecesario para el gobierno o los medios de comunicación según lo determinado por un censor.

 

Posiblemente los más antiguos tipos de censuras las emplearon los emperadores romanos castigando con esa intensión el pensamiento, desde principios de ese imperio, Augusto, Tiberio y Nerón, establecieron severos castigos para los que publicaran juicios negativos contra ellos y se decretó la pena de muerte por crucifixión, si hay algo parecido a algunos regímenes en la actualidad, ¿será pura coincidencia?

 

Como indica el título de este trabajo, el asunto es la prensa y el término de libertad de expresión e información. Es una síntesis de censura de dos tipos diferentes, impuestas con distintos propósitos por gobiernos de diversas naturalezas, aunque ambos represivos y no democráticos.

 

Existen dos tipos de censura: la que pretende mantener un gobierno y solo prohíbe cuando afecta su mandato y la que va más lejos por su deseo de cambiar o mantener inmóvil el pensamiento y la manera de ser del gobernado. Estas dos clases de censura nacen de la visión que tiene la autoridad del mando. La menor, típica de las tiranías tradicionales, llega nada más que hasta donde parece necesario para mantener el orden establecido. Esa es su misión y permite que, en asuntos ajenos al problema político inmediato, cada cual piense y se exprese como quiera.

 

La censura totalitaria nace de la creencia que tiene el gobernante, o simula tener de la posesión de una verdad absoluta y una misión trascendente por lo que se permite controlar el pensamiento: su objetivo en este caso es hacer a todos pensar y sentir de acuerdo con el dogma para arreglar con él la sociedad.

 

Bien sea que miremos el pasado o el presente en busca de pruebas. Siempre se podrá concluir que no es posible ningún cambio cuando la libertad de expresión está estrechamente controlada. Los medios para comunicar ideas se convierten en un instrumento del funcionario que pretende que todos sientan y razonen igual que él. El objetivo es que al ciudadano no se le deje pensar; se piensa por él, se habla por él, y por él se disponga.

Rompiendo de esa manera las fronteras entre lo exterior y lo interior del hombre hasta que el sujeto pierde su independencia. El aparato censor y represivo le recuerda constantemente la necesidad de adaptarse y se cambia el axioma metódico y llega a afirmar, puesto que no pienso y existo. Y confirma el principio, convirtiendo en No persona al que deja de hablar al unísono del mandatario.

 

Lo que permite esa severidad en la censura totalitaria es la fuerza misma del pensamiento. El cual con su poder conmueve las bases de un régimen de fuerza… cualquier persona o gobierno que tenga influencia sobre estos regímenes debe pedirle con el respeto a los otros Derechos Humanos. El respeto a la libertad de expresión y de información. Aunque a decir verdad pedirles que respeten la libertad de expresión y de información, sería una utopía; solamente se lograría si existe un cambio de dictadura a democracia.

 

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