El enredo de los dirigentes comunistas cubanos con las mipymes, las CNA, los TCP y ahora las empresas estatales, acaba siendo un factor que entorpece el normal funcionamiento de las entidades que tratan de abrir camino en la economía de la Isla. Este tipo de consideraciones se desprenden de un encuentro celebrado entre los dirigentes del país con representantes de empresas estatales, al que Cubadebate se ha referido con una nota que ya se comento en este blog ayer. Temas como la flexibilidad de la remuneración salarial en el sistema empresarial estatal, la distribución de utilidades por las empresas al cierre del tercer trimestre del año, o los precios mayoristas y minoristas, salieron entre otros, a la palestra.
A partir de estas consideraciones, el ministro de economía, Gil, formuló unas preguntas a los asistentes: ¿Qué hacer para aprovechar al máximo las numerosas y profundas transformaciones de que ha sido objeto la empresa estatal? y ¿Cómo garantizar en 2022 un crecimiento económico con base en una mayor eficiencia y responsabilidad de estas entidades y quienes las dirigen? Al parecer el ministro se cree lo de “profundas transformaciones de la economía” y lo va diciendo allí donde se le escucha, como en el Foro de los inversores. Pero lo cierto es que los cambios que realmente hacen falta no llegan. Para el ministro, la empresa estatal socialista es el actor fundamental de la economía y por ello, el régimen quiere dotar a la misma de la mayor flexibilidad posible y la mayor autonomía en su gestión, sin renunciar a la titularidad, que seguirá estando en manos del estado. Otras figuras como las mipymes estatales o las empresas filiales se acomodan a estos mismos principios. Pero no es cierto que se hayan producido numerosas y profundas transformaciones en la empresa estatal. Nada de eso es cierto. Y para garantizar la mayor eficiencia y responsabilidad de estas entidades y de quienes las dirigen, hay que ir por otro camino bien distinto. Por lo que respecta a la política para flexibilizar la remuneración salarial, el ministro señaló que el objetivo es incrementar la productividad y la eficiencia empresarial. Se trata de una medida sin precedentes y su aplicación es gradual. Y así es como se debe contemplar, porque no es posible aumentar la productividad a partir de los salarios, como pretende hacer el ministro, sino que es justo al revés. Ya se vio con la aplicación de la Tarea Ordenamiento, cuyas elevaciones salariales descompusieron los precarios equilibrios de los balances de las empresas. El ministro sabe que la productividad depende de lascondiciones técnicas de la producción, del empleo adecuado de los factores en base a una determinada tecnología, en tanto que los salarios se forman en el mercado laboral en términos monetarios. La relación existe, pero no en el sentido que la plantea el ministro. Por eso saldrán mal las cosas, siempre. Y esta advertencia cobra sentido porque la flexibilidad salarial se ha adoptado ya en un total de 158 empresas, y puede llegar a unos 238.000 trabajadores en varios sectores. No es excesivo, apenas un 4,8% del empleo total, pero su impacto, que no se reflejará en la productividad, dará lugar a una consolidación alcista de expectativas de precios que mantendrá alta la tasa de inflación actual. Por lo que respecta a la distribución de utilidades, al cierre del tercer trimestre de 2021, el ministro dijo que 755 entidades ya la han aplicado. Sin embargo, sobre esta cuestión igualmente importante, el ministro reconoció que “la obtención de utilidades por una empresa no necesariamente es por incremento de la productividad y la eficiencia”. Y en ese sentido explicó que “se puede dar por incremento de los precios (sin generar más riqueza) o no ejecutar gastos (no dar mantenimientos, por ejemplo), lo cual no es igual a ahorro”. Por supuesto que no. Eso es torpeza y en el régimen comunista cubano se suele hacer para quedar bien con las consignas políticas recibidas de “ahorro”. Evidentemente, la distribución de utilidades no debe realizarse a partir de estos parámetros, sino de la obtención real de valor añadido y riqueza, pero esto en el régimen comunista cubano no está bien considerado por las autoridades, por mucho que el ministro diga lo contrario. Por último, el ministro dijo que el comportamiento de los precios al productor ha experimentado un crecimiento inferior al planificado en la Tarea Ordenamiento, pero no ocurre lo mismo con los precios minoristas, donde la inflación es de dos dígitos y hasta octubre ha crecido un 66,3%. Por ello, más de 500 empresas estatales se encuentran en pérdidas en lo que va de año (alrededor del 30% del total) y muchas están esperando recibir subsidios del presupuesto del estado, pero en este punto reconoció que no alcanza, y algunas no tendrán más remedio que subir los precios artificialmente acentuando la gravedad de las expectativas de inflación y reduciendo el poder adquisitivo de la población, más aún. Esto llevó al ministro a preguntarse sobre “¿cuáles son los costes reales?”, al afirmar que los precios reflejan los costos, y estos se trasladan. De modo que “si los precios no cubren los costos, hay que preguntarse por qué”. Habría que empezar por el principio, porque si no, este galimatías no se puede entender. Vamos a tratar de explicar al ministro cuáles son los “costes reales” de las empresas y por qué los precios no sirven en la economía comunista cubana al no venir determinados por el mercado, oferta y demanda. Las empresas estatales, o de cualquier tipo, conocen bien cuáles son sus costes, tanto fijos como variables. De eso el ministro no debe tener la menor duda. Y en vez de trabajar con los costes totales utilizan un indicador que es el coste unitario, que resulta de dividir los costes totales por la producción lograda. Hay costes unitarios que pueden crecer con la producción, como energía o salarios, y se denominan costes variables unitarios; pero hay otros que se reducen con el aumento de la producción, los alquileres o el coste de los equipos, que forman parte de los costes fijos unitarios. La suma de los costes variables unitarios y de los costes fijos unitarios ofrece el indicador de costes que debe vigilar la empresa, el coste por unidad de producto. Y así, cuando la producción es baja, los costes totales se reparten sobre pocas unidades producidas, de modo que el coste unitario es elevado. De igual modo, cuando la empresa produce mucho, los costes unitarios también son elevados porque se requiere, en muchos casos, contratar recursos adicionales que se deben pagar con un alto precio. La solución está en encontrar el punto de inflexión en que los costes unitarios pasan de decrecientes a crecientes y situar a ese nivel la producción de la empresa. Este es el punto denominado “escala técnica” o “escala eficiente” de producción, donde el coste unitario de la empresa es mínimo. Las empresas tratan de lograr ese factor de eficiencia, que es distinto de unas a otras, permitiendo realizar sus operaciones a costes mínimos. Y hacen todo lo necesario para conseguirlo. ¿Cuál es el problema entonces? Pues que en Cuba el modelo social comunista impide a las empresas operar en esa escala técnica eficiente (de hecho, se apuesta por el desarrollo local, el cultivo en patios, las mipymes estatales, es decir bajos niveles de producción) y, por tanto, nunca las empresas estatales pueden producir a los costes unitarios más bajos posibles (y en ello influyen la falta de inversiones, escasez de capital, tecnología, cualificación profesional, etc.). Esta diferencia entre operar a un coste mínimo eficiente o a un coste cualquiera, ocurre con las empresas estatales cubanas porque en realidad les da igual, ya que saben por inercia, que luego viene el estado con los subsidios y paga la diferencia. De ese modo, el ministro no consigue entender por qué los precios no cubren los costes en las empresas estatales cubanas. Si las empresas pudieran elegir libremente su nivel de producción, la situación sería bien distinta, porque dispondrían sus recursos y factores para producir mucho más que ahora y así lograr la escala eficiente. A resultas de ello, habría mucha más oferta en la economía y se podría vender a precios más bajos, y aquí viene lo que el ministro comunista no podrá entender jamás, las empresas ganarán más dinero, porque dados los precios que vendrán determinados por oferta y demanda, lo harían a los costes serían los mínimos. Esta explicación es de Microeconomía clásica de 2º curso de carrera, si el ministro de economía cubano no la entiende, que se lea cualquier manual introductorio de la asignatura. Los “costes reales” de las empresas estatales que el ministro desconoce son los costes de la ineficiencia, de las plantillas infladas de las que habló Raúl Castro, de la burocracia de las OSDEs y demás, de la dependencia de decisiones políticas arbitrarias de los comunistas locales, en definitiva, de obligar a las empresas a operar con series cortas y por ello, no alcanzar la escala técnica eficiente, a resultas de las trabas, injerencias y controles que sufren las empresas estatales por parte de la dirección comunista del país. Por todo ello, las reformas que necesita la economía cubana deberán dar capacidad a las empresas, a las estatales también, para decidir cuánto, cómo y qué producir. Y hacerlo desde la máxima libertad, no flexibilidad. Las reformas para que el sistema económico funcione, están claras. |
El enfoque ideológico de la empresa estatal cubana: aviso a navegantes
Se ha celebrado una reunión, al parecer la tercera según Cubadebate, de Díaz Canel con representantes del sistema empresarial estatal. Aunque no se le ve en el reportaje fotográfico, la nota dice que Díaz Canel recordó que “los problemas en el funcionamiento de la empresa estatal socialista se abordaron y debatieron ampliamente en el 8º congreso del Partido y forman parte del documento Ideas, conceptos y directrices emanados de esa magna cita”. Si nos tenemos que referir al congreso de marras, allí se fraguó uno de los errores más graves en materia de política económica: la Tarea Ordenamiento. Mal asunto si de ese congreso, salen ideas para desarrollar las empresas estatales. Cubadebate dice que del nuevo encuentro se concluyó en la necesidad de “mantener un espacio sistemático de debate con el empresariado estatal socialista para continuar buscando consensos a partir de la actual complejidad económica mundial y nacional”. Pero dicho esto, y teniendo en cuenta que a Díaz Canel no se le vio entre los asistentes, quien sí que tuvo ocasión de hablar, fue el ministro de Economía, Alejandro Gil que expuso cuatro temas principales que se analizan en esta entrada del blog. Al ministro hay que reconocerle siempre la claridad con la que habla. Esta vez lo hizo y nos ha dejado cuatro piezas magistrales. En primer lugar, expuso el concepto de que el principal cuadro en una entidad estatal es su director o directora, por lo que “su proceder debe estar marcado por la ciencia, la ética y la política. El empresariado tiene que ser capaz de interpretar los problemas que plantea la realidad que vivimos”. Obvio. No es posible dirigir una entidad económica sin una visión estratégica que parta de un análisis de puntos fuertes y débiles, amenazas y oportunidades. A partir de ahí cabe definir un objetivo alcanzable y ponerse a trabajar. Esto es lo que cabe esperar de una dirección empresarial que responda a un consejo de administración. Pero el ministro sabe que, en Cuba, desde las nacionalizaciones que empezaron en 1959, esto es imposible, y que las empresas se someten a la dirección y control del gobierno, que mediante un plan (por cierto, que depende de su ministerio) hace y deshace sin que se cumpla un solo objetivo. Y ya van 60 años de fracasos, De risa es que un ministro comunista diga que “la empresa debe concretarse también la democracia socialista, por lo que entre otras funciones tiene que establecer espacios para la rendición de cuentas de los directivos al colectivo laboral”. Cierto. Apaga y vámonos. Este tipo de enunciados explican por qué la economía cubana con su modelo arcaico y obsoleto, no puede funcionar: democracia socialista aplicada al control empresarial. En segundo, el ministro señaló que “los trabajadores deben ser parte fundamental de los debates de la empresa, identificando y planteando los problemas que existen, proponiendo cómo resolverlos, trabajando en su solución y controlando lo que se hace”, y añadió al respecto con cierto optimismo, “esa dinámica nos llevará a un momento superior”. Veamos. La participación de los trabajadores en las empresas es algo aceptado a nivel mundial, basta con referir las normas de la OIT al respecto. Una participación plural, basada en el diálogo social y la concertación que permite a los gobiernos implementar medidas que surgen de la negociación colectiva. Esta es la esencia de la modernidad, pero de ahí a que los trabajadores anden controlando, hay un largo trecho. La prueba está en que por mucha autonomíaque los comunistas quieran dar a las empresas estatales, las siguen amarrando bien corto, porque saben que esa autonomía apunta directamente a la libertad e independencia del poder político. Lo que no cabe en la mentalidad y la ideología comunista. Es lo mismo que con respecto a la flexibilización salarial. Para el ministro se tiene que primar la “lógica, la racionalidad y los elementos políticos. Su aplicación correcta o incorrecta potencia la empresa o deforma la empresa”. Lo segundo es cierto, lo primero no. La flexibilidad salarial es cuestión de productividad y eficiencia, lo que es imposible lograr en las empresas de titularidad estatal. El ministro dijo con respecto a la eficiencia, que lo primero que debe hacer un empresario es bajar los costos y señaló que este análisis no se está haciendo en todas las entidades, “y puso como ejemplo que la plantilla de indirectos sigue siendo alta”. Es obvio que los intereses políticosrelativos a la colocación de cuadros del partido en puestos que no tienen valor añadido continúan siendo un problema por resolver, y parece que va en aumento. En todo caso, antes de pensar en los costes, hay muchos deberes que hacer. De hecho, si las empresas estatales, cuando se enfrentan a un problema de costes aumentan los precios o piden subsidios, es porque siempre han actuado así, y nadie les ha dicho lo contrario. En tercer lugar, el ministro señalo con respecto al “desarrollo del concepto de responsabilidad social de una empresa en la sociedad socialista, que las entidades económicas deben ser parte del desarrollo local; deben estar abiertas al control popular; y deben participar en la eliminación de las desigualdades que aún persisten, ocupándose de las vulnerabilidades en los barrios donde se asienta”. Los ámbitos de la responsabilidad social, como otros tantos de la vida empresarial, no pueden ser dirigidos desde un ministerio, sino que se basan en un análisis de la empresa sobre cómo puede conducir su actividad hacia los distintos “stakeholders”, con un planteamiento ético y responsable. No parece que el desarrollo local o el control popular entren en el ámbito de esos fines. Más bien, lo contrario. Las empresas responsables son éticas porque descubren que su actividad lo es. Y se proyectan hacia los públicos en busca de ese reconocimiento que, a largo plazo, es rentable. Todo lo demás es verborrea. En cuarto lugar, el ministro se refirió al “enfoque ideológico que se tiene que desarrollar con un enfoque ideológico y económico, y en esto es fundamental que las empresarias y empresarios vuelvan una y otra vez a la economía política marxista”. A estas alturas de la historia, con el muro de Berlín derrumbado hace tres décadas y las ideas comunistas y marxistas refugiadas en Corea del Norte y Cuba, sale el ministro de la Isla a defender el marxismo porque según él, “brinda el método, explica los retos de la construcción del socialismo. Es el fundamento político en el socialismo; y una empresa socialista no es solo para producir utilidades, ganancias; tiene un compromiso social”. Es bueno que el ministro diga este tipo de cosas para que nadie se engañe. El inversor extranjero que va a implementar algún proyecto en Cuba debe saber que estas son las ideas imperantes en el equipo económico con el que va a tener que negociar. Dirigentes marxistas en estado puro, que rechazan los derechos de propiedad privada, el mercado, la libertad económica y la acumulación de riqueza como motores de la economía de mercado. Aviso a navegantes confundidos. El ministro acabó diciendo que “siempre tenemos que volver al marxismo, porque el día que renunciemos a la teoría, entraremos al camino del socialismo a ciegas. La teoría marxista no da recetas; es el método para encontrar las soluciones”. Esto lo deberían decir en el foro ese de inversores internacionales que organizó Malmierca. Todo el mundo haría las maletas y se iría del país. No pasa nada, aquí en este blog lo vamos a reseñar cuantas veces sea necesario. Invertir en Cuba es un peligro extremo. El sistema económico es marxista, se apoya en empresas estatales insolventes y mal gestionadas, donde las decisiones políticas arbitrarias mandan, a partir de un plan estatal que nunca se cumple. Ese modelo está arraigado en la economía cubana por más de 60 años. Quien invierta en ese país, ya sabe lo que se va a encontrar, al menos por ahora. Nada gratificante. |
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